Archivo por meses: enero 2014

ENCUENTRO CON LA PROPIA SOMBRA. EL CAMINO DEL RESPETO Y LA UNIFICACIÓN PERSONAL

 

Encuentros con lo sutil 9#

 

Por Javier Esteban

Uno no se ilumina imaginándose figuras de luz, sino tornando la oscuridad consciente.

Carl G. Jung.

La contraposición de lo luminoso y bueno, por un lado, y de lo oscuro y malo, por otro, quedó abandonada abiertamente a su conflicto en cuanto Cristo representa al bien sin más, y el opositor de Cristo, el Diablo, representa el mal. Esta oposición es propiamente el verdadero problema universal, que aún no ha sido resuelto.

C. G. Jung. Psicología y Alquimia, 1944, 21, § 22.

Observa con humildad el dolor de tu niño herido: Acéptate.

Con todo, siéntate en el silencio.
Poco a poco,empezarás a escuchar desde dentro hacia fuera
-danzando en el espacio infinito- el sonido del amor.
Marcela Çaldumbide.

En nuestro próximo encuentro, el jueves 30 de mayo a las 19.30 horas, nos aproximaremos a uno de los temas más apasionantes, controvertidos y quizá complejos de la psicología.

El conocimiento de la propia sombra y la integración de la misma es fundamental para poder unificar nuestra personalidad. La sombra, de acuerdo con la psicología jungiana, sería el aspecto inconsciente de la personalidad, caracterizado por rasgos y actitudes que el Yo consciente no reconoce como propios. En este sentido, para Jung: No hay luz sin sombra ni totalidad psíquica exenta de imperfecciones: La vida no exige que seamos perfectos, sino completos.

Otros autores como Ken Wilber sostienen que cuando no se trabaja la propia sombra, los mejores propósitos pueden verse saboteados por motivos inconscientes.

La sombra es la madre de la proyección, pero también, para algunos autores, puede ser una aliada.

Para saber más de la sombra, contaremos con la presencia de nuestro invitado, Enrique Martínez Lozano, psicoterapeuta y teólogo, quien ha dedicado un interesante libro a este asunto:

 

 

 

 

Para descubrir la sombra que hay dentro de nosotros, el autor responde en su obra a las siguientes preguntas: ¿Qué es la sombra?, ¿cómo se forma?, ¿cómo funciona?, ¿cómo se identifica?, ¿qué hacer con ella?

Desde estas respuestas, Martínez Lozano nos propone una tarea espiritual: trabajar con nuestra propia sombra de manera que podamos integrarla con lucidez y humildad para crecer como personas unificadas. Difícil tarea.

 

 

Enrique Martínez Lozano es psicoterapeuta, sociólogo y teólogo, y actualmente se dedica al acompañamiento psicológico y espiritual.

Dirige encuentros y talleres de silencio y meditación y es autor de varios libros, entre los que destacan:

Nuestra cara oculta. Integración de la sombra y unificación personal, Narcea, Madrid 2006.

Vivir lo que somos. Cuatro actitudes y un camino, Desclée De Brouwer, Bilbao 2007.

Crisis, crecimiento y despertar. Claves y recursos para crecer en consciencia, Desclée de Brouwer, Bilbao 2013.

 

 

<< Comprender lo que somos nos libera >>

 

Entrevista a nuestro invitado, publicada en la revista:
Psicología práctica, nº 136 (agosto 2010)

 

Psicología Práctica: ¿En qué consiste “vivir lo que somos”?

En algo tan sencillo de expresar como difícil de realizar: simplemente, dejar ser o dejar fluir lo que ya somos. La dificultad radica en la ignorancia (in-consciencia, en el sentido más radical de la palabra), desconocimiento o ceguera de quienes somos, y en la tendencia a controlar todo mentalmente.

¿Quién (o qué) es el “pequeño yo” ignorante y carenciado que nos sabotea?

Es la identidad o “yo mental” que nuestra mente piensa que somos, y que no es más que el conjunto de pautas o patrones mentales y emocionales, grabados desde nuestra infancia. La ignorancia, de donde nace toda confusión y sufrimiento, consiste en tomar ese “yo mental” como nuestra identidad verdadera. Hemos confundido la realidad con la “película” que pasa nuestra mente.
Si lo analizamos con rigor, ¿qué es el “yo”? Una realidad creada por la mente, alimentada por el pensamiento y sostenida por la memoria; “un relato o puñado de pensamientos y emociones” (E.Tolle), hilvanadas por la memoria, En definitiva, como dijera Einstein, “una ilusión óptica de la conciencia”.

¿En última instancia, qué somos? (Para vivirlo)

Somos, precisamente, aquello que no puede ser observado. Todo lo que observamos no son sino “objetos”, de los que podemos tomar distancia: cuerpo, pensamientos, sentimientos, emociones… Todo ello está en mí, pero no soy yo. Podría establecerse esta ley elemental: No eres nada de aquello que puedes observar, sino “quien” observa (aunque éste es un modo siempre inapropiado de nombrarlo porque, al desaparecer pronto la dualidad, desaparecerá también el “quien” separado). Somos esa Realidad que no puede ser observada ni delimitada, a la que sólo podemos denominar –de un modo inapropiado, porque trasciende la mente- como Conciencia, Presencia, Lo Que Es… Es nuestra Identidad última –transegoica o transpersonal-, “compartida” con todos los seres. Por lo que podemos decir: no somos iguales, pero somos lo mismo. De igual manera –por utilizar una metáfora- que todas las olas y el océano entero no son nunca iguales, pero son todas Agua.

¿Cómo desidentificarnos del ego?

A través de la comprensión de que no somos ese ego, en un “ver” inmediato e intuitivo que es certeza absoluta. Me parece que las personas no cambiamos a fuerza de voluntarismo, sino cuando comprendemos lo que somos y lo que es la realidad. La comprensión es la fuerza eficaz que produce la transformación. No tiene ningún sentido luchar contra el ego; más aún, el ego no es malo. Lo único “malo” es nuestra identificación con él: en esa identificación se asienta el engaño que nos confunde, nos reduce, nos encierra en una especie de prisión y hace que suframos inútilmente y que hagamos sufrir. Un modo práctico de avanzar en la desidentificación consiste en aprender a observar el ego, a distancia, para de ese modo caer en la cuenta de que no soy él.

¿Cómo nos ayuda la meditación a identificar quiénes somos?

Puesto que nuestra identidad más profunda es transmental, sólo accederemos a ella cuando seamos capaces de silenciar la mente. Mientras estemos en la mente, no podremos reconocernos sino como el “yo mental” que la propia mente ha construido. Al acallar la mente, se corre el velo que la ocultaba y emerge nuestra identidad más profunda. La meditación es la práctica que necesitamos, puesto que meditar no es sino acallar la mente. Y descubrimos que, cuando eso se produce, estamos ya simultáneamente en el presente.

¿Cómo nos hace más libres?

Nuestra esclavitud no viene de fuera; nace de nuestros miedos y de nuestras necesidades. Somos esclavos o prisioneros de la mente mientras estamos identificados con ella, porque tomamos sus películas como si fuera la realidad y seguimos reaccionando de acuerdo a nuestras necesidades y miedos. Quien es capaz de tomar distancia de su mente –gracias a la observación de la misma-, deja de ser arrastrado por ella: ha conseguido la libertad.

¿Qué significa que nos hace más ecuánimes?

Libertad interior y ecuanimidad van de la mano. No somos ecuánimes porque estamos a merced de los movimientos sensibles que se producen en nosotros; es decir, somos objeto de los vaivenes que nacen de nuestros miedos, necesidades y deseos. La ecuanimidad sólo es posible cuando empezamos a reconocer que no somos ese “oleaje” que se mueve en nuestro interior, sino la Paz de fondo que permanece siempre detrás del mismo. Con otras metáforas: no somos las olas, sino el Océano en el que nacen y mueren; no somos las nubes, sino el Espacio por el que circulan; no somos el ego, sino la Conciencia que en él se expresa…

¿Qué le aporta la ecuanimidad a la vida?

Le aporta luz, sabiduría, descanso, serenidad, compasión, bondad, gusto por la justicia, vivencia de la solidaridad que nace de la más genuina compasión… El ego, con todos sus movimientos egocéntricos, se hace a un lado y la Vida que somos puede manifestarse.

 

¿A qué se refiere cuando dice que la meditación es una forma de vida, una forma de ser?

Meditar no es una técnica, ni un método, ni un medio para conseguir un bienestar mayor. Si se entendiera de ese modo, no sería sino una “herramienta” más del yo. Meditar es una manera de vivir, una manera de ser, que se caracteriza por vivir en presente, atendiendo a lo que acontece en cada instante. Hay dos formas de vivir: la de quien se halla identificado con su mente y, por tanto, con su yo o ego, y la de quien, sin reducirse a la mente, vive en el “aquí y ahora”. Esto último es “meditar”. Por eso, puede que necesitemos de momentos de silencio y de práctica meditativa para adiestrarnos en esa nueva forma de vida, pero meditar es algo que tendríamos que ir ejercitando a lo largo del día, en todo lo que hacemos. Por eso, la pregunta de quien se embarca en este nuevo modo de vivir bien podría ser ésta: ¿Estoy completamente aquí ahora?

Primero hay que integrar el yo para, luego, transcenderlo. ¿Qué significa integrar el yo? ¿Cómo hacerlo?

Sí, la evolución parece que no admite “saltos” en el vacío. Sólo puede ser trascendido aquello que previamente es integrado. No es fácil que pueda trascenderse el yo y acceder a un estadio transpersonal, si previamente el yo no se ha integrado. Por decirlo con otras palabras: no puede darse un crecimiento espiritual sin un trabajo psicológico. Un yo integrado es el yo de la persona que se conoce, se acepta íntegramente y se siente a gusto en su propia piel. Habrá que integrar el cuerpo y la mente, la imagen y la sombra, hasta posibilitar una armonía psicológica, que no consiste en “ser perfectos”, sino en aprender a “ser completos”. Todo ello nos pone de relieve la necesidad de conjugar adecuadamente psicología y espiritualidad, si no queremos olvidar nada importante en la integración de la persona. De cara a avanzar en ella, psicología y espiritualidad nos ofrecen dos principios básicos como punto de partida: “ámate tal como estás” y “ven al momento presente”.
La integración es fruto del amor. Así como fue la falta de amor, en la primera infancia, la que originó fracturas y neurosis –neurosis es escisión-, será ahora el amor de la persona hacia sí misma la que posibilitará la integración de todas sus dimensiones.

¿Qué significa transcenderlo? ¿Cómo hacerlo?

Trascenderlo es reconocer que no somos ese yo. Del mismo modo que tenemos un cuerpo, pero somos más que el cuerpo, podemos decir que tenemos un yo, pero que somos más que ese yo. El modo es a través de la compresión cuando, como decía más arriba, empezamos a observarlo. El día que el niño es capaz de observar su cuerpo, se da cuenta de que es más que su cuerpo: ha nacido el yo-mental; el día en que somos capaces –y parece que la humanidad, colectivamente, se encuentra ahora en esta fase- de observar nuestra mente, somos conscientes de que somos más que ella: ha nacido la conciencia transpersonal o Conciencia Testigo.

Usted dice que estamos poco en el presente, dado que solemos estar en el pensamiento (pasado o futuro). ¿Qué ventajas nos aporta no vivir en el presente sino en el pensamiento? (¿Por qué lo hacemos?).

Es cierto: siempre que seguimos haciendo algo es porque obtenemos algún “beneficio”, aunque sea –así suele ser con frecuencia- inconsciente. Por ejemplo, la persona que se “autocastiga”, sigue haciéndolo porque obtiene el “beneficio” de apaciguar un sentimiento de culpabilidad. ¿Qué “beneficio” obtenemos estando lejos del presente? Vivir en un mundo que creemos poder controlar y, a la vez, mantenernos lejos de lo que pensamos que nos hace sufrir.
Dicho con más claridad: el niño se aleja de su cuerpo y, por tanto, de sus sentimientos y de su vida cuando empieza a sufrir emocionalmente. Es el miedo el que nos hace huir. El niño que sufre se instala en su cabeza, porque es el lugar más lejano de donde siente el sufrimiento –la zona del diafragma- y porque necesita entender por qué le ocurre lo que le ocurre. Al hacer así, deja de “vivir” y empieza a “rumiar” o cavilar. Se ha alejado de sí, se ha alejado del sufrimiento, vive en las películas de su mente… y empieza a sufrir inútilmente.

Usted opina que quizás la mayor lacra actual sea el reduccionismo de lo humano. ¿En qué consiste este reduccionismo?

Si la pobreza de la persona consiste en reducirse a su yo, olvidando o ignorando su identidad más profunda, otra pobreza no menor es la de reducir lo real a lo tangible o material, olvidando o ignorando la Dimensión profunda de lo Real –la dimensión espiritual-y convirtiendo la vida en –como diría A. Whitehead- una realidad “aburrida, muda, inodora e incolora, el simple despliegue interminable y absurdo de lo material”, en un “mundo chato”, en expresión de Ken Wilber. También esto tiene su porqué –habría que buscar sus raíces en el nacimiento de la Modernidad-, pero es una pena que, queriendo tirar el agua de la bañera, se acabe tirando con ella al bebé. He analizado mucho más detenidamente toda esta cuestión en el libro “La botella en el océano. De la intolerancia religiosa a la liberación espiritual”, publicado por Desclée de Brouwer.

¿En qué consiste dialogar con la niña/el niño interior?

El diálogo con el niño/a interior forma parte del proceso de integración psicológica del que hablábamos más arriba. En cada uno y cada una de nosotros, vive el niño o la niña que fuimos. Más aún, todas nuestras reacciones desproporcionadas y repetitivas no nacen del adulto que somos hoy, sino del niño/a que nos habita. Ese niño requiere ser escuchado, atendido, reconocido…, para que podamos crecer en unificación. Para dialogar con él, necesitamos empezar por visualizarlo –a partir de nuestros recuerdos o de alguna fotografía-, para poder envolverlo en una mirada bondadosa y en un afecto sincero. Al dejarse alcanzar por esa mirada y ese sentimiento, el niño empezará a sentirse vivo, recuperando el gusto por vivir y por ser como es. Esto puede ser lento, porque el niño que sufrió no se va a “entregar” fácilmente, pero cualquier paso que demos en ese diálogo beneficiará el conjunto de nuestra vida.

Para vivir lo que somos nos propone cuatro actitudes y un camino. ¿En qué consiste vivir en presente? ¿Qué nos impide o dificulta vivir en presente?

Vivir en presente es algo tan simple como atender a lo que está aconteciendo aquí y ahora, como si no existiera ninguna otra cosa que lo que ahora acontece.
Lo que nos lo impide es nuestra identificación con la mente: cada vez que nos dejamos reducir, consciente o inconscientemente, a nuestros pensamientos, nos hemos alejado del presente. Porque el pensamiento sólo puede estar en el pasado (o proyectándose en un futuro). Se suele hablar de una “mente funcional”, que desarrolla su trabajo a nuestro servicio, como si de un órgano más se tratara; y de una “mente pensante”, aquélla que nos atrapa y de la que no logramos tomar distancia. Es esta “mente pensante” la que nos aleja sin remedio del presente. Por eso decía antes que meditar es, a la vez, acallar la mente y venir al presente.

¿En qué consiste vivir en profundidad? ¿Qué nos lo dificulta?

Vivir en profundidad es equivalente a vivir en plenitud, bien conectados y anclados en las raíces que dan sentido a todo lo que es. El poeta argentino Francisco L. Bernárdez nos recuerda que “lo que el árbol tiene de florido vive de lo que tiene sepultado”. Vivir en profundidad significa no negar ninguna dimensión de lo Real.
Lo dificulta de nuevo la reducción a la mente y una cultura “chata” que, por diferentes motivos, pareció empeñada en negar todo aquello que la mente no pudiera medir. Poco a poco, esa visión de va modificando, afortunadamente, y hasta la misma física moderna nos abre a horizontes que la ciencia clásica había descartado.

¿En qué consiste vivir en solidaridad? ¿Qué nos lo dificulta?

La solidaridad es la forma concreta que toma la compasión. La compasión –como capacidad de ponerme en el lugar del otro y sentir-con él-, a su vez, nace de la comprensión de nuestra unidad radical. Y nos lleva a plasmar lo que desde siempre había preconizado la “regla de oro”: “Trata a los demás como quieres que ellos te traten”.
La mayor dificultad, como siempre, es la ignorancia, que nos hace reducirnos a nuestro ego, que se rige además por sus propias necesidades y carencias. El ego no puede entender la vida sino en clave de competitividad: lo que doy, lo pierdo. Sólo tomando distancia de él, seremos capaces de percibir las cosas de otro modo: en la gran Red que somos, compartiendo la misma identidad profunda, dar es recibir; obtengo lo que doy.

¿En qué consiste vivir constructivamente? ¿Qué nos lo dificulta?

El vivir constructivamente tiene que ver con la tarea de reeducación. Con frecuencia, fruto de nuestra historia, nos dejamos conducir por actitudes destructivas, que causan más daño que el problema en sí mismo. Todos podemos reconocer en nuestra infancia necesidades, frustraciones y defensas. De ese triple bloque suelen nacer los comportamientos del ego. Pero las defensas que puso en marcha en un momento determinado no siempre fueron las más adecuadas. Algunas de ellas habrían de revelarse particularmente nocivas: endurecimiento, rigidez, aislamiento, rumiación, agresividad, autorreproche, comparación, culpabilización, dramatización, huida de sí, justificación…
Ahí encontramos la gran dificultad para, sobre todo cuando se hace presente el malestar, actuar de un modo constructivo, desde actitudes ajustadas a la situación. Y se trata en realidad de una cuestión nuclear, si tenemos en cuenta que lo realmente decisivo no es lo que nos ocurre, sino aquello que hacemos –eso es una actitud- con lo que nos ocurre.

¿Por qué es la meditación el camino? ¿Cómo nos ayuda a vivir lo que somos?

La meditación es el camino porque nos conduce a nuestra verdad más profunda. Si, como hemos venido repitiendo, todo nace de la comprensión, únicamente en la medida en que vayamos comprendiendo y experimentando quiénes somos realmente, podremos vivirlo. Pero, para poder comprenderlo, necesitamos acallar y trascender la mente: eso es meditar.
Meditar es algo que se halla al alcance de toda persona. Se requiere sólo una práctica perseverante que, progresivamente, nos vaya haciendo diestros en el arte de tomar distancia de la propia mente y de empezar a habitar y saborear el presente, el único lugar de la Vida y de la Plenitud, porque fuera de él no hay sino ignorancia y sufrimiento.

 

 

 

 

Más información sobre nuestro invitado en:

 

www.enriquemartinezlozano.com

 

Música recomendada: 01 Asian Songs and Rhythms

PADRE-HIJO: UNA RELACIÓN HURTADA

Encuentros con lo sutil#9

Por Javier Esteban

Cualquier varón adulto que se pare a pensar y reflexionar sobre quién era o es su padre, qué sentimientos anidan en esa relación, qué ha significado ser hijo (entonces, en la infancia, y ahora)… se verá seguramente desbordado por multitud de imágenes y sentimientos contradictorios. Una verdadera removida: puedes hacer la prueba.

Hace tiempo que vengo tirando de ese hilo y la madeja no deja de moverse. Algunas cosas se me han aclarado, otras se difuminan, hay dolores antiguos que se han disuelto y rencores que se resisten a desaparecer; también comprensiones reveladoras y sentimientos de amor que se han ido decantando y haciendo poso. Especialmente desde que mi padre murió (hace ahora seis años), o más bien antes, conforme me fui adentrando en la cuarentena.

Paco Peñarrubia.

El próximo día 16 de Mayo, jueves, a las 19.30 horas, tenemos la ocasión de asistir a la conferencia del psicólogo y terapeuta gestáltico Paco Peñarrubia, Padre- hijo: la relación hurtada. Nos acompañara, el director de Conde Duque, Juan José Herrera de la Muela.

En el ámbito de la psicoterapia – explica nuestro invitado- se sabe que en nuestra cultura “sobra” madre y falta padre. Su ausencia se rellena con fantasmas. El hijo varón suple como puede este hueco (de modelo, de vínculo, de identificación) con no pocos costes psicoemocionales…

 

Paco Peñarrubia es psicólogo por la Universidad Complutense de Madrid. Uno de los introductores de la Gestalt en España, cofundador, primer presidente (1982-87) y Miembro de Honor de la Asociación Española de Terapia Gestalt. Discípulo de Ignacio Martín Poyo y Claudio Naranjo. Ex-director de CIPARH, centro pionero de la Psicología Humanista en España (1977-2007) y director de la Escuela Madrileña de Terapia Gestalt.

Es autor de multitud de artículos y ponencias, así como del libro “Terapia gestalt, la vía del vacío fértil” (1998).

 

Paco Peñarrubia. Encuentros con lo sutil #9

 

 

LA ADMIRACIÓN Y EL AMOR VENERATIVO

 

Por Paco Peñarrubia

 

El azar generoso me trae a las manos dos libros que ahondan conmovedoramente en la indagación filial del padre.

Ambos comparten, por caminos opuestos, una admiración confesa o conquistada hacia el padre idealizado, ilustrando eso que Claudio Naranjo denomina “amor venerativo”, el amor atribuído al padre, al maestro, a dios o a los dioses:

 

El amor materno es generoso y compasivo. El amor filial se reconoce en la búsqueda elemental del placer y en la libre orientación hacia la felicidad… El amor paterno se expresa a través del respeto, la admiración y la devoción[1]

 

El primer libro, Tiempo de vida [2], son las memorias de Marcos Giralt Torrente en relación con su padre, el pintor Juan Giralt, fallecido en febrero de 2007.

El segundo libro, El olvido que seremos [3] del colombiano Héctor Abad Faciolince, narra el vínculo con su padre, el líder académico-político Héctor Abad Gómez, asesinado en agosto de 1987 por las fuerzas reaccionarias paramilitares, en atentado jamás esclarecido judicialmente.

Ambos autores o son hijo único (Giralt) o el único varón (Abad), depositarios de expectativas especiales y con el peso añadido, sobre sus hombros, del prestigio del padre con el que comparten apellido e incluso nombre. Ambos, además, con profesiones artísticas que los hacen más susceptibles de comparaciones públicas con la figura paterna. Marcos Giralt añora una profesión diferente, “una profesión de verdad, no esta irresponsable prolongación de la infancia en que consisten los oficios artísticos” (pag. 100); si esto es cierto, podíamos pensar que las vocaciones u oficios artísticos perpetuarían la relación adolescente con el padre y con el mundo, una especie de miedo a crecer y a superar el modelo paterno o a fracasar en el intento.

Ambos relatos son textos de duelo y celebración. El duelo como un proceso agónico de muerte y transformación que supone masticar y escupir, desintoxicarse para nutrirse, cerrar un ciclo de conocimiento, poder hacer las paces consigo y con el progenitor. “Un duelo es una cosa extraña”, (dice Giralt -pag. 14-) “un duelo se siente una vez que ha quedado atrás. Un duelo te aisla incluso de tí mismo”.

La diferencia básica entre ambos relatos es el nivel de presencia del padre. Héctor Abad Faciolince disfrutó de una relación estrecha y amorosa con un padre apoyador que confía ciegamente en el hijo y le transmite esa seguridad a nivel casi físico, por eso su pérdida en circunstancias tan dramáticas fija la idealización de su figura.

En el caso de Marcos Giralt Torrente, el divorcio de sus padres hace que empiece a perderlo en torno a los siete años. La vivencia de abandono, al principio tamizada por la madre, se va convirtiendo en conciencia de pérdida y en rencor más tarde.

El proceso es inverso: del cariño y la idealización, a la ausencia, duelo y reconocimiento (Abad) ; o del abandono y el resentimiento, el encuentro y la admiración (Giralt). En ambos casos el amor filial ha de madurar, atravesando lo que Claudio Naranjo señala como patología de los vínculos actuales con los padres: dependencia idealizada, obediencia compulsiva y resentimiento[4].

 

 

 

 

 

 

 

 

Empecemos por M. Giralt Torrente. Alude al taller del padre como el paraíso de su infancia (“el mejor cuarto de juegos que tuve en mi infancia fue su estudio de pintor” -pag. 139-) del que será expulsado muy pronto. La pérdida de ese espacio y de esa presencia es vivida como un desmantelamiento emocional y material: “mi padre se ausenta cada vez más, por temporadas desaparece por completo de mi vida cotidiana, pero conserva su estudio en casa… hasta que al cabo de unos meses regresó y se llevó el caballete, las cajas de pinturas, los lápices, los aerosoles… y el que había sido su estudio pasó a ser mi inmenso cuarto de privilegiado hijo único” (pag. 22-23)

Triste manera de vivir “el edipo”, eso que Freud definió como impulso universal al parricidio para ocupar el lugar del padre, aunque aquí convendría mejor el concepto de “infanticidio” según Pichon Rivière: las frecuentes, y también universales, maneras de dañar los padres a los hijos.

A lo largo de la adolescencia y juventud, esta vivencia de abandono se va convirtiendo en rencor y culpabilización, acusando al padre de todo: “de no verme lo suficiente, de no acordarse de mi cumpleaños, de no hacerme regalos, de desaparecer cuando sabe que las cosas a mi madre y a mí nos van mal, de veranear y viajar cuando yo no veraneo ni viajo, de incumplir sus promesas, de considerar que tiene más razones para quejarse que yo…” (pag. 64)

Hay una cierta conciencia de que esta forma de pensar es interesada: el padre le sirve al hijo para rebelarse, para construirse en su contra. Pero es la enfermedad del padre (un cáncer irreversible) la que desencadena un vuelco en el hijo: empezar a admitir su dependencia (:”lo único que quería era tener más de él, estar más con él”. pag. 141), reconocer su admiración (“quería aprender, parecerme a él, emularlo, imitarlo”. pag. 143. “Su escasa fortuna o éxito no socavaba su prestigio ante mí, sino que le otorgaba un aura de romántico malditismo”. pag. 73), y sobre todo rendirse a la situación de que ahora es el hijo el adulto sólido (“Tengo la sensación de que, por fin, él ha bajado la guardia… Desde entonces, sin darme cuenta, me convierto en su padre y él en mi hijo. Nadie sabe lo que nos deparará el futuro, pero mientras se sienta débil y enfermo, buscará mi protección” -pag. 112-).

Comienza una relación de intimidad física y un proceso de perdón interior. El hijo se abre a la comprensión: “Nos atascamos porque ni él tenía aguante para atarse a mí ni yo tenía coraje para soltarme. Porque no éramos iguales ni demasiado diferentes. Porque ambos creíamos merecer más de lo que teníamos. Porque él no supo crecer ni yo tampoco. Nos atascamos porque compartíamos a mi madre, un recuerdo que tal vez él habría querido remoto de no haber estado yo… Le hice acreedor de una deuda que quise cobrarme cuando ya había expirado. Nos atascamos porque las grandes enseñanzas de la vida a menudo llegan demasiado tarde” (pag. 156).

 

Acompañar al padre en los últimos años de su enfermedad ayuda al hijo a cerrar la herida, puesto que “mantener la herida puede ser rentable desde un punto de vista artístico. Pero sólo los muy fuertes, o quienes han recibido un gran daño, aguantan toda la vida con ella abierta” (pag. 193). Marcos Giralt apuesta por la curación a través del perdón:

Lo que todos los padres quieren oír alguna vez de boca de sus hijos es que los errores no cuentan, que las intenciones eran buenas y que simplemente les sorprendió el tiempo” (pag. 195).

 

 

 

 

 

El caso de Héctor Abad Faciolince es opuesto y complementario puesto que el vínculo con su padre se nutre de una cercanía física y emocional bastante poco frecuente en su medio:

Mi papá y yo teníamos un afecto mutuo (y físico, además) que para muchos de nuestros allegados era un escándalo que limitaba con la enfermedad. Algunos parientes decían que mi papá me iba a volver marica de tanto consentirme….” (pag. 33) “Me felicitaba por mis primeras letras con un gran beso en la mejilla, al lado de la oreja. Besos grandes y sonoros que aturdían y se quedaban retumbando en el tímpano, como un recuerdo doloroso y feliz, durante mucho tiempo” (pag. 20)

Semejante vivencia amorosa viene incrementada por la admiración sin límite hacia un padre de ideas progresistas irrenunciables, sumamente tolerante con su entorno pero defensor a ultranza de sus principios aunque eso le complicara periódicamente su vida. Se convierte así en un modelo de apertura, de forma que el hijo puede contrastar la educación recibida (religiosa y burguesa, como corresponde a su clase social), con los libros, charlas y reflexiones que su padre le transmite y fomenta, al servicio de desarrollar un criterio propio y libre.

Es claramente un padre educador en el sentido humanista del término, cuya transmisión de valores es más por contagio actitudinal que por traspaso de introyectos. El padre es una figura realmente admirable en la Colombia de la época: médico comprometido en proyectos de salud pública, profesor universitario capaz de renunciar a su cátedra al percibir presiones políticas y crear por el contrario una Escuela de Salud Pública revolucionaria o pasar largas temporadas en países subdesarrollados como consultor de la OMS y como exilio enmascarado cada vez que arreciaban las persecuciones reaccionarias.

A los ojos del hijo, este padre “tenía los más grandes arranques de idealismo, que le duraban años dedicados a causas perdidas, como la reforma agraria o los impuestos a la tierra, como el agua potable para todos, la vacunación universal o los derechos humanos, que fue su último arrebato de pasión intelectual y el que le llevó al sacrificio” (pag. 118).

Sin embargo la admiración confesa del hijo no es tanto ideológica como psico-emocional, basada en la confianza incuestionable que el padre le demuestra, por encima incluso de la autoestima (baja) del hijo:

 

Lo que yo sentía con más fuerza era que mi papá confiaba en mí sin importar lo que yo hiciera, y también que depositaba en mí grandes esperanzas (aunque siempre corría a asegurarme que no era necesario que yo lograra nada en la vida, que mi sola existencia era suficiente para su felicidad). Esto significaba, por un lado, una cierta carga de responsabilidad, un peso, pero un peso dulce, no era una carga excesiva… Nunca, ni cuando cambié cuatro veces de carrera, ni cuando me expulsaron de la universidad, ni cuando estuve desempleado teniendo ya una hija que mantener, ni cuando me fui a vivir con mi primera mujer sin casarme, nunca oí censuras ni reclamos de su parte, siempre la más tolerante y abierta aceptación de mi vida y mi independencia” (pag. 141).

 

Para el concepto de padre que generalmente tenemos, este modelo es, como poco, provocador y desconcertante: ¿es que no son imprescindibles la guía y los límites?, ¿qué pinta entonces la figura del padre?, ¿no será una indiferencia disfrazada de libertad y tolerancia?, y tantas otras preguntas que puede alimentar el miedo a la autonomía o la desconfianza en la auto-regulación. A la postre, para el hijo también es imprescindible el cuestionamiento y separación de una figura tan benevolente y sin fisuras, tan idealizada y amada:

Un papá tan perfecto puede llegar a ser insoportable. Aunque todo lo que hagas le parezca bien, llega un momento en que, por un confuso y demencial proceso mental, quieres que ese dios ideal ya no esté allí para decirte siempre que sí… En ese final de la adolescencia uno no necesita un aliado sino un antagonista. Pero era imposible pelear con mi papá, así que la única forma de enfrentarme a él era haciéndole desaparecer, así muriera yo en el intento” (pag. 196).

Un intento que a punto estuvo de cumplirse a través de un accidente automovilístico por exceso de velocidad, pero fueron los paramilitares quienes, unos años más tarde, asesinaron al doctor Abad.

Lo que siguió fue dolor, impotencia, exilio en Europa, y un largo duelo que concluyó con la escritura de este libro:

Guardé en secreto, durante muchos años, esa camisa ensangrentada, con unos grumos que se ennegrecieron y tostaron con el tiempo. No sé porqué la guardaba… como un acicate para la memoria, como una promesa de que tenía que vengar su muerte. Al escribir este libro la quemé también pues entendí que la única venganza, el único recuerdo y también la única posibilidad de olvido y de perdón consistía en contar lo que pasó y nada más”. pag. 225).

 

Ese proceso duró 20 años. A diferencia del fantasma del padre de Hamlet que exige, en sueños, venganza: “mi papá siempre nos enseñó a evitar la venganza. Las pocas veces que he soñado con él… nuestras conversaciones han sido más plácidas que angustiadas, y en todo caso llenas de ese cariño físico que siempre nos tuvimos. No hemos soñado el uno con el otro para pedir venganza, sino para abrazarnos” (pag. 254).

 

 

 

 

 

Desde hace años Claudio Naranjo viene trasmitiendo la concepción de su maestro, Totila Albert, del ser humano tricerebrado que necesita integrar estos tres amores en su búsqueda de la unidad. El aspecto instintivo (en referencia al cerebro primitivo también llamado reptiliano) corresponde al espíritu libertario del hijo, a su entrega al impulso y al placer, a aquello que los griegos sabiamente personalizaron en el dios Dionisios. El cerebro límbico (que compartimos todos los mamíferos) corresponde al amor compasivo materno, ese espíritu misericordioso que el cristianismo personifica en María. El cerebro cognitivo (neocórtex), identificado con el amor paterno, no se refiere tanto a la figura del dios patriarcal bíblico, sino que lo representaría mejor el espíritu del buda, pacífico y omnicomprensivo. Este amor de respeto y veneración a los valores completa el amor caritativo materno y el amor instintivo filial, en pos de la armonía de esta trinidad psicoespiritual.

En la relación padre-hijo que estamos enfocando podemos preguntarnos cómo desarrollar este amor admirativo cuando adolecemos tanto de la figura paterna. Sin este catalizador parece más complicado encontrar la puerta que nos abra a los valores, a los maestros, y a respetar el conocimiento de quienes nos precedieron.

Los dos libros aquí comentados pueden servir de testimonio de esta dificultad y de su transformación. Tanto Giralt Torrente como Abad Faciolince rinden un homenaje a la memoria del padre, pero sobre todo ilustran honestamente el proceso de reconstrucción interna de este amor admirativo que devuelve respeto y reverencia a donde hubo carencia o sobreabundancia, dos caras de la misma moneda, dos caminos en la travesía del no-ser.

A la vez lo reconocemos como un proceso terapéutico de maduración personal que permite desapegarse del rol de hijo para asumir la propia paternidad adulta. Marcos Giralt acaba en este sentido su relato: “En los primeros días de Septiembre de 2008 supe que sería padre a finales del próximo mayo. Apenas queda ya mes y medio. La vida no se detiene… Pienso en mi hijo aún no nacido, que llevará su nombre, y me pregunto en qué lo condicionaré, en qué le fallaré, qué deberé perdonarle yo y qué deberá perdonarme él… qué recordará de mí con nostalgia. Me gustaría conservar algo de lo mejor de mi padre para que le llegue a través de mí” (pag. 200).

 

 


[1] Naranjo, C.: “Sanar la civilización”. Edit. La Llave. Vitoria 2009. Pag. 178.

[2] Gitalt Torrent, M. : “Tiempo de vida”. Anagrama. Barcelona 2010. De entrada me sorprende que su autor y yo hayamos coincidido en tantas lecturas que han abonado las anteriores entregas de este boletín: “La invención de la soledad” de Paul Auster, “Mi padre y yo” de J. R. Ackerley, “Patrimonio” de Philip Roth, “La isla” de Giani Stuparich… y el que a continuación comento.

[3] Abad, Faciolince, H.: “El olvido que seremos”. Seix Barral.. Barcelona, 2007.

[4] Naranjo, C. : Opus cit. Pag. 78

 

 

 

 

 

 

 

EL ARTE DE SANAR: PSICOTERAPIA Y MEDICINA AMAZÓNICA

Encuentros con lo sutil # 8

Por Javier Esteban

 

Solo tres consejos deseo encomendarte:

El primero es que procures ser amigo de Aquel que está en todas partes y en todos los cuerpos.
El segundo, que tengas paz con todos los seres.
El tercero, que no pierdas el tiempo que se te ha concedido en este mundo; ocúpate en lo bueno de día y de noche.
Haz en adelante lo que bien te parezca.
Toda persona que se atenga a su propia conciencia, alcanzará para sí lo excelente y conquistará la vida.

Huehuetlahtolli, «antiguas palabras”. Texto tradicional náhuatl.

El término chamán viene del idioma evenki, lengua siberiana de la región tungús de la que era originario el pintor Vassili Kandinsky; exótico para la mayoría, despierta hoy tanta atracción como reserva -y confusión- porque ha dejado de lado su significado original para convertirse en un término genérico bastante difuso. Chamán designaba en lengua evenki a quienes, tras la muerte, podían guiar el alma hasta un lugar definitivo para su descanso, acepción original del término que difiere del significado actual, mucho más amplio y disperso, y, en gran parte, una creación del historiador de las religiones Mircea Eliade…

Juan José Herrera de la Muela.

http://zugvogelblog.wordpress.com/

 

 

 

El próximo 9 de Mayo, a las 19.30 horas, tendremos una ocasión muy especial de asomarnos al conocimiento sutil. Nuestro invitado es un hombre que reúne la condición de psicoanalista junguiano y curandero amazónico.

 

 

Pio Vucetich es un experto en la medicina ancestral y un psicólogo con 30 años de experiencia, especializado en el tratamiento de enfermedades del alma, principalmente adicciones, y otras enfermedades físicas y psicológicas.

Pio Vucetich combina la psicología occidental con el uso de plantas medicinales y otras técnicas empleadas desde la antigüedad por los sanadores tradicionales de la Cuenca andino-amazónica del Perú, su país.

Su visión de la curación del alma entronca con las tradiciones chamánicas y se completa con su formación de analista e intérprete de estados ampliados de conciencia.

Sobre estos conocimientos, nuestro invitado hará una exposición de su trabajo y conversará con Juan José de la Herrera de la Muela y Javier Esteban.

 

Enlaces recomendados sobre el tema:

http://zugvogelblog.wordpress.com/

http://piovucetich.blogspot.com.es/

 

 

PIO VUCETICH

 

Nació en Paucartambo, provincia ubicada a 100 k.m. al este de la ciudad del Cusco, sobre el río del mismo nombre, en una zona que, por ser el umbral entre las regiones geográficas de la sierra y la selva peruana, es poseedora de ricas raíces en las tradiciones chamánicas de ambas regiones.

Criado en el seno de una familia respetuosa de las tradiciones culturales, aprendió a hablar y pensar en quechua y castellano. Aprendió también a sentir los Apus (Ausangate, Apuccanac Huayna, Pachatusa y Huanacauri) como montañas ancestrales sagradas.

Desde niño se integró a las fiestas espirituales de su tierra, participando en las danzas rituales y peregrinajes, como también en ceremonias rituales con los Huatoc y Pacos. Como más tarde lo haría con los chamanes andinos y amazónicos, llamados en la zona Runamishas, Animishas y Hunayas, respectivamente.

Realizó sus estudios primarios y secundarios en Paucartambo y Cusco. Más tarde viajó a continuar sus estudios profesionales en la Universidad Nacional de la Plata, Argentina, en donde se graduó como Psicólogo Clínico en 1980, y posteriormente en Psicoterapia Psicoanalítica (1983); paralelamente se acercó a la tradición oriental, en la que recibió la Iniciación Espiritual en el año 1976.

Desde 1983 trabaja en Perú como Psicoterapeuta y Psicohigienista en su consultorio particular. Al mismo tiempo ha colaborado en organizaciones sociales y en comunidades periféricas urbanas.

En 1987, mientras realizaba trabajos de autosanación con la planta maestra del ayahuasca, se reafirma en sus raíces ancestrales e identidad espiritual y retoma su acercamiento al chamanismo andino amazónico, extendiendo su formación en la tradición médico-chamánica-amazónica, primero dutante 10 años con maestros indígenas shipibos y luego durante 10 años con maestros indígenas de Lamas, una etnia reputada por su conocimiento de la medicina ancestral. Tiene el reconocimiento de sus maestros y linajes para la realización de su trabajo como curandero tradicional.

Desde 1993 trabaja en la formación de un equipo multidisciplinario, el cual está integrando la Medicina y Psicoterapia modernas con el Modelo de la Medicina y Chamanismo Ancestral, para permitir como Chaka Runa- «Hombre puente», que las personas no indígenas entiendan y accedan a la experiencia de expansión de la conciencia y aprovechar al máximo las posibilidades terapéuticas de las plantas maestras sin alterar los rituales ancestrales.

Viaja frecuentemente por Europa y otros paises del mundo dando conferencias sobre el uso terapeutico de las plantas medicinales amazónicas.

Ahora esta concentrado sus esfuerzos en preparar y desarollar Sacha Q´ente, un proyecto que incluye la creación de una centro medicinal que permita ayudar mejor a mas gente y poner en práctica su vision de la sanación, así como la reforestación de una gran area en la frontera con el parque nacional del Manu con la intención de crear un santuario ecológico.

 

[Fotos del acto, donde 300 personas escucharon atentamente al hombre medicina]

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Para saber más: Blog relacionado con el tema

Chamanismo: Rastros y ecos distantes.

 

por José Carlos Aguirre

Esta entrada, en sus diversos parágrafos, pretende ser un mero prolegómeno, un panorama disperso de rastros capaces de indicarnos qué pudiera ser eso del chamanismo. Al tiempo y en el tercer parágrafo reseñaré la magnífica película “El camello que llora” como recapitulación de tales rastros, como introducción a la sensibilidad propia de las tradiciones chamánicas y como relato en el que la promoción ritual de la salud queda postulada como uno de los ejes de la sensibilidad chamánica.

 

I

 

 

El chamanismo, siguiendo la pista indicada por uno de los personajes de “El camello que llora” acaso no sea más que una canción muy especial. Del mismo modo que las técnicas espirituales sufíes una respiración que se transforma en ritmo y en danza. O quizá la meditación zen una respiración que se convierte en un cristal claro y limpio que todo lo acoge. Aproximarse al chamanismo requiere un esfuerzo considerable. Nos instalamos en el alba de la humanidad; en el nacimiento del imaginario, del arte y de la simbólica; en el acontecer del ritual y su tempo como ese espacio privilegiado del que mana la vida al ordenar y servir de referente al tiempo ordinario. También nos instalamos en una naturaleza animada –la physis nos dice- como libro abierto de la vida y metáfora cifrada de la existencia humana. Dicen que las culturas chamánicas no tienen libro sagrado pero como nos recuerda Frithjof Schuon en “El sol emplumado”, su magnífica colección de ensayos sobre la tradición lakota, la naturaleza entera es su gran libro sagrado. Sus leyendas son sus códigos hermenéuticos y su fibra íntima. En los mismos, los animales y las plantas son también aspectos de lo humano y lo humano un aspecto más de la vida. De ahí que animales y plantas nos hablen y nos instruyan en fábulas, leyendas, experiencias oníricas y estados modificados de conciencia; pero, ¿nos hablan de verdad?(alguna vez lo he escuchado). ¡Qué pregunta más impropia!… Cierta vez escuché a un hombre-medicina shuar diferenciar entre la anaconda corriente y esa otra anaconda presta a la mirada y a la palabra viva… Y qué nos dicen plantas y animales. Nos hablan de nuestra forma, de nuestro ser; y por eso mismo de nuestra salud, de nuestro vigor y de la recuperación de nuestra forma cuando, desequilibrados, la perdemos. ¿El chamanismo?, una canción muy especial, un ritmo que nos devuelve la memoria de nuestra forma y salud, un estado propio –no ajeno- que, irrumpiendo, nos desvela nuestra forma, nuestros desequilibrios y el viático hacia la salud. A todo esto se añadirán unos importantes conocimientos de herboristería y, también, un conocimiento preciso en el manejo del tempo ritual, de los cánticos, símbolos, representaciones y demás cifras de vida que vengan a convocarse.

 

Los rituales chamánicos, facilitados por un chaman reconocido y capacitado por una determinada tradición, quedaran pues configurados como una teúrgia o como rituales de magia pneumática capaces de promover la salud y de restaurar los equilibrios perdidos a través de la rememoración de unos misterios; los de la vida y sus registros de plenitud y escisión; los del engarce entre materia y espíritu, entre posibilidad de ser y plenitud de ser, entre superficies y profundidades, entre las meras apariencias y esas fuerzas activas que constituyen toda trama. Tras las necesarias habilidades del hombre-medicina, manejando y orientando las energías desatadas y las potencias de vida que subyacen a la experiencia ritual, acontecerá cierta capacidad para ver en lo oculto y lo profundo; en concreto en esa red de fuerzas activas que determinan superficies y apariencias. El chaman sabrá pues de determinados tránsitos de la vida anímica y del territorio en que estos se desenvuelven. Me refiero todo a esa trama de correspondencias entre psique y cosmos de las que dependerá el acceso de nuestra conciencia a secciones de vida de lo más diverso -bien de expansión e integración, bien de escisión y contracción-. De esta manera los estados del alma se corresponderán con determinados estados del Ser; o lo que es lo mismo dichos estados del alma ampararan el acceso de la conciencia a diferentes secciones o texturas de realidad. Así, esos tres niveles ontológicos -esas tres texturas de realidad o estados del Ser-, que dijera Eliade, tan recurrentes de los cosmos chamánicos –celestes, terrenales e infernales-, dependerían en su brindarse del encuentro entre la textura espiritual, visionaria e imaginaria de cada cual con la trama de su propia vida. Lo que supondría que esta geografía imaginal, en sus tierras celestes, infernales y mundanas, daría cuenta de la vida anímica del hombre y del modo en que éste habita el mundo. En esa cópula entre psique y cosmos, en los desajustes de la misma, podría radicar el origen de ciertos padecimientos. El chaman u hombre-medicina sabrá de la geografía imaginal descrita y de sus nexos y, al tiempo, sabrá facilitar un determinado tránsito, sanador y catárquico, por tales geografías del espíritu; si es que es el caso y si es que los padecimientos de quien ha perdido la salud así lo aconsejan. El rito, la modificación de conciencia y la ruptura de la cotidianidad propia del ritual serán la clave básica de su práctica sanadora. El rito -y las influencias que el rito dinamice- será pues lo que otorgue el carácter medicinal y sanador a cualquier brebaje visionario o fármaco que pueda ser empleado. El rito desde su radical intimidad con la conciencia humana y desde las influencias que acoge.

¿La brujería?. Los saberes del alma que sirven para sanar, precisamente por operar sobre el alma también sirven para hacerla enfermar o para rentabilizar y manipularla en alguna dirección. Pongamos la superstición en su sitio y la brujería y la magia en el suyo, un sitio bien distinto. Como bien nos recuerdan Umberto Eco o Ion P. Culianu -y como bien nos advirtiera indirectamente el gran Giordano Bruno- es la sociedad contemporánea, en sus circuitos de imágenes y en los diseños de identidades resultantes, la que ha realizado la vigencia política a gran escala de la magia de manipulación.

 

 

 

II

Me refería a la dificultad de comprender y acceder a los universos chamánicos. Encontramos una gran lejanía cultural y los referentes neochamánicos -a medio camino de la new age, las supersticiones contemporáneas, el síndrome de Harry Potter y la estafa más insidiosa- son todo menos una ayuda. Antes de nada quisiera diferenciar entre dos categorías diferentes que, generalmente, se confunden. Una cosa es la dignísima curandería mestiza y otra las tradiciones chamánicas propiamente dichas. La primera supone la pervivencia en sociedades, más o menos occidentalizadas y cristianizadas, de sabidurías de curandería nativa pero ya en otro marco sociocultural y religioso diferente del chamánico. Esta distinción, aparentemente diáfana, viene a complicarse por los agudos procesos de aculturación que observamos en muchas tradiciones y culturas nativas. Añadamos a este paisaje complejo la actual moda neochamánica y su capacidad para agudizar las contradicciones existentes. Como se hace evidente frente a la demanda de chamanes surgirán los que se hagan pasar por los mismos; o los que improvisen, a veces sinceramente (o no), unos conocimientos casi perdidos y peor entendidos…

En fin, las dificultades a la hora de asomarse a los universos chamánicos no son pocas pero si que cabe cierto acercamiento a lo que siendo tan ajeno nos es, paradójicamente, tan propio. Por muy lejano que nos resulte el chamanismo no deja de interpelar a lo humano y a la plenitud de sus potencias. Para este movimiento de acercamiento al chamanismo dirigir nuestra mirada a sus variedades tibetanas y mogolas nos ofrecerá un auténtico arsenal de referencias y de instrumentos hermenéuticos y de comprensión. No olvidemos como su vinculación con el lamaísmo asegura la pervivencia y la orientación sapiencial de tales referentes chamánicos. Al hilo de lo dicho tampoco estaría de menos atender a esa reflexión de Toshihiku Izutsu sobre el taoimo en tanto refinamiento del chamanismo tradicional chino.

Por cierto, esas nuevas veredas destinadas a tecnificar y a especializar, aun más si cabe, la formación de los antropólogos, bien lejos de toda perspectiva generalista, integradora y humanística, -antes llamábamos a esto una perspectiva culta, es decir, cultivada- sirven de muy poco a la hora de clarificar que sea eso del chamanismo ya que quedan rotos los puentes que facilitarían su reconocimiento. Advirtamos cómo una formación que desatienda una perspectiva integral, generalista y dispuesta a la pluridisciplinariedad sólo privará al investigador de los más elementales recursos hermenéuticos capaces de discernir las variedades del éxtasis o la propia naturaleza del chamanismo como expresión del espíritu humano. En este sentido el estudio de las tradiciones chamánicas es muy difícilmente deslindable de la historia de las religiones, de la filosofía de las religiones o de una fenomenología del éxtasis y la experiencia religiosa. De ahí la pertinencia de la obra de Mircea Eliade en tanto historiador y filósofo de las religiones…

 

continúa en: http://phantastikablog.blogspot.com.es/

 

 

 

 

HACERSE CON EL SUFRIMIENTO

Por Javier Esteban

 

Encuentros con lo sutil #7

 

El sufrimiento forma parte consustancial de la vida en todos sus niveles de complejidad. Si el bienestar expande la vida, el sufrimiento la preserva al señalar los límites infranqueables. Esta función general puede rastrearse en los distintos ámbitos de experiencia individual y colectiva.

Enrique Galán Santamaría

 

En nuestro séptimo encuentro, el psicoanalista Enrique Galán nos presenta un tema frecuentemente ignorado en nuestra sociedad. El sufrimiento es un hecho sutil y patente que constituye a la persona, pero que de algún modo nuestra sociedad trata de ocultar bajo los fármacos y las experiencias embrutecedoras de entretenimiento.

Desde el psicoanálisis, Enrique Galán tratará de mostrarnos las herramientas para trabajar con nuestro compañero existencial. Realizar una cartografía del sufrimiento y un recorrido por las diferentes escuelas psicoterapéuticas y sus planteamientos nos aproximará a este encuentro con el dolor, que muchas veces deseamos no atender pero que es esencial para crecer.

La conferencia de Enrique Galán ofrecerá una panorámica de los diversos modos de aparición de ese sufrimiento, planteando las maneras para hacernos con él o al menos para convivir con el mismo.

La conferencia tendrá lugar en nuestro salón de actos el próximo día 24 de abril a las 19, 30 horas.

 

Enrique Galán Santamaría es psicoanalista. Formado en psicoterapia por diferentes escuelas, es un reconocido profesional y un experto en la obra de Jung. Hombre de cultura, sus investigaciones y trabajos han destacado en diversas áreas.

Ha sido analista didacta y supervisor de la International Association for Analytical Psychology (1992-1998). Miembro fundador de la Sociedad Española de Psicología Analítica (1987), Secretario (1987-1992) y Presidente de la misma (1994-1998). Miembro fundador de la Asociación Transpersonal Española (1992). Miembro fundador de la Fundación Carl Jung de España (1993), primer Presidente (1993-2002; 2005-2007) y Vicepresidente (2012). Coordinador de la edición de la Obra completa de Carl Gustav Jung (Trotta Ed. 1999 s.) entre 1996 y 2006.

Editor y traductor de importantes obras de psicología, es colaborador en diversos libros colectivos y múltiples publicaciones, e imparte habitualmente cursos, seminarios y conferencias.

 

GRABACIÓN DE SU CONFERENCIA

 

http://soundcloud.com/javier-esteban-10/enrique-galan

 

 

 

Coda:

 

 

EL ADAGIO DE LA QUINTA DE MAHLER Y EL SUFRIMIENTO

 

 

Para el crítico musical Harold Schonberg la esencia de la música de Mahler es la lucha del sentimiento humano, en la tradición de Beethoven; sin embargo, para Schonberg, las luchas de Beethoven fueron las de «un héroe indomable y triunfal», mientras que las de Mahler son las de «un débil psíquico, un adolescente que se queja […] disfrutando de su miseria, queriendo que todo el mundo vea cómo está sufriendo».

Wikipedia.

 

 

 

 

Yo más bien creo que Mahler, comunicando su sufrimiento, más allá de un afán exhibicionista, buscaba consuelo y afecto.

En cualquier caso, su obra es uno de los más bellos ejemplos de sublimación del sufrimiento humano.

 

 

Mahler Symphony No.5
4th Mvt «Adagietto».
World Orchestra for Peace – Valery Gergiev
Royal Albert Hall BBC Proms Live
5th August 2010

 

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http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=CFQQsu6VBYA